Me
des
per
té
entre las dos paredes que hace un año, más o menos, estaban ahí.
Una, para empezar, no solamente era gigantezca y áspera, sino que era una de aquellas de las que había resistido el bombardeo del Aunk Hitler a Inglaterra como un tal John Winston y sin embargo tenía una calcomanía que decía "Obedecer al Führer" en una esquinita recóndita.
La otra era azul marino. Lo curioso de esta, era que tenía agujeros. Ajam, agujeros en todas partes de los cuales salía una vidriosa oscuridad y una leve música que empezaba con un riff de guitarra de uno que se llama David Gilmour y que nunca en su reputísima vida sin sentido escribió algo que valiese la pena ni tocó algo como la gente, al igual que ese amigo suyo Waters.
Y las paredes se cerraron tanto que me aplastaron.
Pero salí por uno de los agujeros, me encontré con Gilmour, lo saludé, lo invité a mi casa a tomar un café.
Esa tarde, de café con el Sr. Gilmour, mientras me hablaba de un tal Wright y que estaba triste porque hacía unos años había fallecido y no sé qué otra cosa completamente irrelevante, mis paredes se hacían ásperas de nuevo.
Y en una esquina.
Había una calcomanía.
Que decía:
"Obedecer al Führer".
es extrañarmente genial.
ResponderEliminar