miércoles, 27 de octubre de 2010

7

En el quirófano se me arquó la espalda.
Abrieron con una de esas pinzas el pecho.
Con una simpatía grotezca, un enano albino sopló su manguera y me empezó a inflar el corazón.
Infló.
Infló.
Infló.
Se infló tanto que se convirtió en un zeppelin de los nazis comunistas.
Voló sobre el cielo colorado, se chocó con el buitre de metal que estaba a punto de reventar a una paloma blanca que volaba sobre la gente conmocionada. Colgaba yo, de ese zeppelin impontentísimo, con las arterias hechos túneles de Ernesto Sábato y con una inconciencia que era dulce como los Naranjú de $0,10, que ahora están $0,70 y me hizo entender que los pequeños placeres de la vida se convirtieron en pequeños placeres de algo que no es vida.
Mi corazón se enganchó en una torre llorona y con un alarido infartante me lanzó a mi al suelo, bajo los truenos plateados en el cielo colorado porque hay que decirle goodbye al blue sky goodbye. Me arrastré como pude hacia el agua que bailaba de colores, bailaba al comprás de un I read the news today OH BOY!, y yo como soy así y me creo un Ulises cualquiera me metí en el agua con el fin de saludar a John y darle su regalo ATRASADÍSIMO de cumpleaños. El idiota se había metido hasta abajo, y en el afán de encontrarlo junto a sus tres amigos + George Martins que había ido ese día a tomar la leche...
Me ahogé.

2 comentarios:

  1. Yo te dije que lo vengas a visitar a John más seguido, linda. Él sigue acá, al lado de mi cama. Esperándote.

    ResponderEliminar
  2. ¿Se escapó entonces? AH, se va de noche, me está engañando :/

    ResponderEliminar