Sí, se acabó eso llamado abundancia, se acabó eso que alguna vez llamamos feeling, se acabó esa sensación de satisfacción que te llenaba los pulmones con agua cristalizada, se acabó ese efecto tardío de recital, se acabó ese orgasmo prolongado y vociferante, se acabó ese guiño matutino, se acabó ese cosquilleo en los ojos, se acabó la sensación de frutillas en el colon, se acabó la democracia que se sostenía entre mi alma purificada con bocarbonato y mi vómito constante de pena y cólicos, se acabó la carnicería gloriosa, la guerrilla sostenida entre el puente de mi conciencia y mi cordura y mi locura y mis pies que audicionan, la película japonesa indignante que detrás de agujas en la mandíbula y debajo de las uñas acabó en un feto amorfo dentro de un balde, se acabó la permanente resurreción de la calma, se acabó el cariño latente, se acabó la sangre caliente que brotaba de mi garganta cuando me mirabas casi sin querer casi en una pequeña magia de lo efímero que resultaba verte y llenarte de sangre las pupilas y que me dijeras que quizás debería volver a casa con vos porque ya se estaba poniendo rojo el cielo ¡MENTIRA!, se acabó el delirio anterior, se acabó la música, se acabó la maratón, se acabó, vuelve a abrirse mi throat y vuelvo a llenarte los ojos de sangre, casi sin querer casi en la pequeña magia de lo efímero que se convirtió en la punzante herida de lo permanente, una potente mezcla de azufre, cera y aceite hirviendo comiéndose los girones vivos de mi cuerpo y yo llorándote, a gritos, a sollozos, a ruido blanco, el paseo gris de tu asuencia y el hervidero de mi ira, vuelo entre el paraíso y me incinero de a partículas casi subatómicas en tu hoguera.
Buscame siempre que me quieras en mi bunker transparente.
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